viernes, 22 de octubre de 2010

La Terraza


Empezaba a bajar la intensidad del sol cuando su sentido común lo volvió a situar donde debería estar, lentamente bajó las escaleras hasta pisar de nuevo la banqueta, vio durante unos segundos a las demás personas que transitaban y los imitó siguiendo el rumbo del viento, mientras recordaba la pequeña tragedia de un amigo cercano; vaya líos en los que podemos caer, pensó.

En su andar cruzó algunas calles y se enfrentó con muchas caras, llegado el punto, tuvo que decidir la ruta al final de la vía, quiso seguir de frente pero fue inevitable doblar a la derecha; inmediatamente, encontró un parque que pasó de largo y su instinto lo llevo indeciso a unas escaleras que ya conocía pero no quería recordar, las subió con cautela hasta llegar a la terraza que le mostraba la majestuosidad de la unión de las construcciones que encajaban forzadas en la postal que le regalaban sus ojos; estando ahí pudo saciarse de si y percibirse solo, pero sin sentirlo se encontraba acompañado, compartía ese espacio con otros que habían llegado al mismo sitio por diferentes razones a las suyas, algunos por gusto y los demás, no lo sabemos.

Se quedó disfrutando del aire frío que lo despeinaba y acariciaba secando su piel, gozando su indiferencia sobre la banalidad de sus compañeros de barandal; desde esa posición podía ver la unión de la memoria histórica y los recuerdos de la vida cotidiana, que no le parecían ajenos a cualquiera de las primeras ideas de los otros; volvió a sentirse vivo cuando una paloma se acercó tanto que tuvo miedo de ser atacado por su invasión, pero nada de eso pasó.

Una campana retumbaba llamando al rito religioso de media tarde al que nadie de los que observaba atendió, incluyéndose él, que en ese momento veía tonos grises, azules y algunos destellos de luz reflejados por los techos, escuchaba sirenas y murmullos, apreciando la fragilidad de cada elemento y la inmensidad de un calmado recorrido visual.

Poco a poco oscurecía, entonces, decidió bajar de nuevo a la calle para no perderse en la precariedad de la condición de los que sin razones intentan situarse sobre el nivel natural de los que carecemos de alas, emprendiendo el camino de regreso a cualquier lugar, llevándose en la mente las cúpulas oxidadas y un par de plumas inanimadas.


Francisco Daniel